Blink, pestañeo o “en un abrir y cerrar de ojos”, cómo sea pero la vida puede dar un giro de 180 grados en un instante que no vemos venir y cuando menos la
esperamos nos está revolcando la ola de una manera arrasadora. Así es la vida a veces buena y a veces dura y habrá ocasiones en las que nos demos cuenta de lo que pasa o de lo que podría pasar, pero otras muchas nos toma por completa sorpresa.
Hace tres semanas exactamente, corrí una carrera de 100 kilómetros en la montaña, para ello entrené durante meses complementada con una muy buena
alimentación para poder llegar con toda la preparación y energía necesaria. A pesar de que llevo un año entrenando y corriendo carreras de montaña, cada
entrenamiento es una experiencia y un aprendizaje nuevos, en los que a veces se fluye sin problemas y algunas otras tengo que entrenar más para fortalecer la cabeza, que los músculos. Correr distancias largas los fines de semana, en las vacaciones, adelantar entrenamientos para poder llegar a desayunos de trabajo (en domingo), comer bien, no desvelarse, levantarse súper temprano sábados y domingos, entrenar aunque no se tengan ganas de salir de la cama y muchas cosas más, parecerían sacrificios pero en realidad no lo son, porque si alguien disfruta esas penitencias somos lxs corredorxs.
Mi intención no era ganar ni hacer determinada marca, sino disfrutar cada kilómetro lleno de cruce ríos, subidas que parecían de 90 grados, bajadas del
mismo calibre llenas de piedras al borde de riscos. Atravesar una barranca de noche con unas mini señales que indicaban el camino, pasar por una plaga de
azotadores, amenaza de tormenta, alambres de púas de la nada, pero también las mejores vistas que se puedan esperar al correr al borde de la Peña del Aire en Huasca de Ocampo. Un día antes, el director de la carrera describió la ruta a lxs participantes, cosa que me provocó más nervios de los que ya tenía, sólo para encontrarme al día siguiente con una ruta MUCHO PEOR y MUCHÍSIMO MÁS DIFÍCIL de lo que habían descrito la noche anterior. Debo confesar que no disfruté mucho los momentos de antes de la competencia, tanto por las condiciones a las que pensaba que me iba a enfrentar, pero también porque no estaba confiada al 100% de mi, aún no logro descifrar por qué. Por fin a las 5:00am en la línea de salida sólo quedaba ver para adelante y
dejarse llevar, a los pocos kilómetros regresó la confianza en mi y al cruzar el primer río más o menos en el kilómetro 5 sabía que tendría los pies encharcados
toda la carrera, pero el miedo se esfumó por completo. Solté el control, pero al mismo tiempo sabía que era mío. Corrí durante 18 horas y 29 minutos casi sin parar y podría decir que disfruté el 98% del recorrido a pesar de las condiciones del terreno, las ampollas tronadas y vueltas a formar y el dolor extremo que van soltando los músculos con el desgaste y el cansancio. La competencia era mía y para mí.
Con todo y todo, los días posteriores a la carrera me sentí muy bien, con energía y casi sin dolores. Me fui a trabajar, demostrando una recuperación increíble
producto de un muy buen entrenamiento y sobre todo de muy buena salud.
Cinco días después de la competencia, haciendo planes para la siguiente carrera, comencé a sentir un dolor en el costado izquierdo (bastante tolerable) raro y con una leve dificultad para respirar. A la mañana siguiente escupí un poco de sangre al toser y el dolor parecía más intenso, me fui a dar un masaje y resolví que era una contractura muscular, aunque muy rara por el lugar en el que se encontraba el dolor. Tomé unos desinflamatorios, que sí me ayudaron con el dolor y la corta respiración, pero no con la escupidera de sangre que aumentaba por día.
Raríiiiiiisimo.
Llegó el lunes, fui a ver dos doctores que me mandaron hacer análisis, aunque en la revisión no encontraron un daño localizable ni razón para la sangre. Esa misma noche me regresó el dolor con mayor intensidad solo que ahora en el costado derecho, inexplicable pero muy real. En la mañana me levanté, tomé un analgésico y me salí a correr un ratito para después arreglarme para ir a trabajar como cualquier día normal, salvo el “dolorcito”. Salí de la oficina, me subí al coche para ir a comer a casa de mis papás y cinco minutos antes de llegar comencé a sentir el dolor más intenso que jamás había tenido, sentía como si me estuvieran enterrando unas agujas de tejer en los pulmones. Lloraba del dolor y con eso empeoraba el ataque respiratorio que me estaba dando. Al fin llegué manejando y en cuanto me vieron resolvieron llevarme al hospital de urgencia.
Diagnóstico: Tromboembolia pulmonar doble, causa aún desconocida por lxs doctorxs que me atendieron, esperando algunos estudios para poder determinar.
Sin llegar a ser tan dramática como lxs doctorxs, esto que pasó pudo haber sido fulminante (al menos en la mayoría de los casos así ha sido) y quedar en un paro respiratorio; sin embargo, según dicen lxs mismxs doctorxs, yo la brinqué gracias a que llevo una vida sana y pues, a lo contrario que piensa la mayoría que correr mucho es peor que no correr nada, eso mismo fue lo que me salvó la vida, tener la suficiente capacidad pulmonar para compensar un evento de esta magnitud.
Total que estuve una semana en el hospital en terapia intermedia, doctorxs, medicamentos, reposo absoluto y panoramas poco alentadores que se fueron mejorando con los días.
En un segundo todo cambió, el drama del momento no me dejaba comprender el famoso ¿Por qué? Sigo sin entender y me hace pensar que por ahí no es el camino, que más bien lo que eventualmente caerá es un ¿Para qué?
Este texto lo escribí y publiqué en el espacio que tenía en ese momento en El Universal el día 31 de octubre de 2014.
Desde entonces me han caído infinidad de para qué´s y ya los por qué´s no me importan.