Un día paseando por Instagram me encontré con el perfil de Candice Burt, una mujer que organizó la carrera más larga (hasta ese momento) en una ruta de punto a punto, es decir sin repetir calles o dar vueltas.
El reto consistía en correr 330 kms en menos de 100 horas dándole la vuelta a Lake Tahoe en California. Muchos kilómetros de montaña, piedras, ríos, lagos y unas vistas espectaculares.
Pensé que sí lo podía lograr y me puse a entrenar. Ahí les va….
Llegamos unos días antes para tener tiempo de planear, escoger y dividir los artículos que serían mandados en bolsas (dropbags) a los distintos abastecimientos para tener provisiones durante la carrera además de lo que proveyeran los organizadores en cuanto a comida e hidratación. Era muy importante seleccionar la ropa, calcular el tiempo en el que se llegaría a tal abastecimiento y cambiarme de ropa en caso de que llegara en la noche. El clima se esperaba entre los 2 y los 30 grados de temperatura.
La cita sería el 7 de septiembre a las 9 am en Homewood Ski Resort cerca de Tahoe City. Debo decir que, en todos los meses de entrenamiento nunca me sentí nerviosa o ansiosa. Es más hasta me sentía tranquila, haciendo un trabajo a la vez, sesión por sesión y aprovechando el tiempo y esfuerzo invertido. Todo el tiempo me mantuve muy emocionada, pero todos los nervios que no sentí en semanas e incluso días previos de la competencia, se me juntaron en unas horas antes. Al fin había llegado el día para poner a prueba todo lo que había aprendido, se había cumplido el plazo. Aunque mi intención no era demostrar nada a nadie, sino comprobar algo de lo que hablaré más adelante. No quita la inevitable expectativa que de alguna manera yo creía que habían puesto las personas en mí. Quizá menos egocentrismo me vendría bien, pero repito, es inevitable.
Para aminorar un poco los nervios decidí concentrarme en una sola cosa, las palabras de Cinthia mi Coach, avanzar, avanzar y avanzar. Y lo que me dijo en nuestro último entrenamiento en el Nevado de Toluca, “ confía en ti y confía en mi”. Solo tenía que avanzar, como fuera y repetirme sus palabras como un mantra.
Ya en la línea de salida me doy cuenta que estoy junto a varixs corredorxs que son mejores del mundo, que no solo han corrido esta carrera sino muchas otras más importantes y demandantes. Es una sensación increíble. Adelante. Salimos todos trotando para encontrarnos con la primera subida con una buena inclinación, misma que nos obligó a caminar. Corrimos tan solo unos 100 metros, ja. Serían 4 días bastante largos pero tan bonitos o tediosos como yo me los hiciera.
Toda la mañana fue subir y subir, una parte por las pistas que en invierno se usan para esquiar, platicando con algunas personas con las que me iba emparejando. Relajada y disfrutando de las vistas inmejorables de Lake Tahoe, de pronto por una cara y en otro desde la montaña de al lado. Cuando llegué al abastecimiento del kilómetro 50 empezaron las confusiones, todo el tiempo pensé que estaba llegando al kilómetro 80, aún cuando todavía era muy temprano. No pasó de reírme con lxs voluntarixs y hacer concha. Tomé una proteína renovadora, comí la sandía más roja y jugosa jamás vista y salí con nuevos bríos hacia el siguiente abasto. En el camino de nuevo a la montaña me encontré con un canadiense con el que crucé un par de bromitas, pero decidí hacer una parada técnica en el baño de una gasolinera y avanzar hacia la noche. Encontrar baños limpios aunque fueran de gasolinera era para aprovechar. Me sentí feliz con el ritmo de carrera que llevaba, le mandé mensajes de voz a mi familia y algunxs amigxs llena de ganas de vivir. Mi papá me respondió con su característico realismo nada mágico, “guarda tu emoción y tus fuerzas porque te falta mucho”. JA!
Cuando caí en cuenta me estaba tambaleando en el camino, literal cayéndome de sueño, veo el reloj y apenas eran las 9 de la noche. ¡¡¡¡¡¡¡LAS NUEVE DE LA NOOOOOOOCHE!!!!!! No me podía dar ese sueñazo la primera noche y menos a esa hora tan temprano, ¿qué me esperaba en el segundo o tercer día? Le mandé un mensaje a mi amiga Ninel quién me aconsejó poner música y cantar o hablar sola o lo que fuera para espantar esa maldita pesadez. Le hice caso y puse un playlist que incluía Molotov, Plastilina Mosh y El cartel de Santa. Cantar a todo pulmón y correr me despertó y alivianó muchísimo cosa que me permitió avanzar bastante al menos un par de horas.
De nuevo me atacó el sueño y a pesar de que ya le había ganado algo de terreno al tiempo, decidí no parar, aunque fuera en zig zag, en parte por convicción (recordando en todo momento las palabras de Cinthia: AVANZAAAAAAAAAAAAAAR) y por otra parte porque ya se me habían aparecido unas arañas negras tamaño perro que me dio pavor que se me fueran a subir. Me alcanza una voz de hombre que me saluda, “¿todo bien?” , sí sí, todo bien. Me vuelve a alcanzar la misma voz unas horas después, no sé en qué momento lo habré rebasado, “¿todo bien?”. No. Me preguntó cómo me llamaba y me ofreció de su café helado por el frío. José me salvó por un par horas más, y casi me acabo su café. Una de las cosas increíbles de correr estas carreras es que, aunque vaya sola, siempre puedo ir acompañada. Lxs corredorxs vamos y venimos, nos encontramos y reencontramos. En una de esas me emparejé con Jake y Bill con quienes de inmediato entablé platica para volver a despertar y seguir.
Nos acompañamos hasta el amanecer, uno de los más bonitos que he visto en mi vida, un poco estimulado por las endorfinas sin duda, y justo en una sección muy técnica de la carrera que era bajar al filo del Powerline. Tierra y piedras sin fin en una pendiente con la inclinación de una resbaladilla. Primera caída, pero ¿quién dijo miedo?
Seguimos hacia el siguiente abastecimiento de nombre Tunnel Creek en el kilómetro 100, donde ya me iba a estar esperando mi amigo Toño García quien me acompañaría durante casi dos días con una paciencia de santo. Me cambié los calcetines y salimos. Teníamos que llegar al kilómetro 165 en 12 horas según la estrategia y ya traía un par de horas de retraso y solo hasta entonces podría dormir. Toño sugirió no presionarnos y avanzar. Corrimos al filo de la montaña disfrutando de la vista del Lago, con los cambios de luz. Subimos, bajamos, tomamos fotos, nos reímos, nos callamos, retomamos la plática. Finalmente llegamos a Heavenly justo a las 40 horas de haber empezado la carrera, poquito tarde pero dentro del margen según yo (habría que preguntarle a Cinthia tssss). Recogí mi dropbag ( la bolsa que mandé con anticipación con mis provisiones y ropa extra) y me metí al baño a solucionar mi problema de pies. Traía dos buenas ampollas en el costado del pie a la altura del talón que ya me estaban molestando bastante. Me curé, cambié los calcetines y salí a buscar a Toño. El cuarto que acondicionaron para dormir tenía calefacción DELICIOSO. Dormimos una hora solamente. Suficiente para recargar fuerzas y salir con un friazo pero emocionadxs de haber cruzado la mitad de la distancia de la carrera. Quedaban 165 kilómetros por recorrer con un poco más de 50 horas de tiempo límite, si seguíamos con el mismo ritmo que llevábamos podíamos alcanzar la meta.
Nos amaneció con unos colores increíbles y una vista que nos quitó el sueño y sin aliento. También comenzaron las alucinaciones, mismas que ya nos habían advertido que iban a aparecer. Yo veía personas, casas de campaña y hasta barcos con proa y velas, todo en un bosque encantado en donde los árboles cobraban vida. Muy impresionante los juegos de la mente por la falta de sueño y sobre todo el agotamiento. Saliendo del bosque encantado nos encontramos con un lago con el agua tan cristalina que con la ayuda de la luz reflejaba como espejo la imagen de la montaña que lo rodeaba. Una cosa impresionante.
Al fin llegamos al abastecimiento a comer como locos, quesadillas fue el menú en esta ocasión, creo. Nuevamente me curaron los pies de las ampollas y antes de salir decidimos echarnos una siesta en una de las casas de campaña. 25 minutitos. Ya no fueron suficientes, pero de algo habrán servido porque nos pusieron en pie hacia Housewife donde íbamos a encontrar a Paulina. Constantemente le repetía a Toño, “esto es impresionante”, “seguimos corriendo”, “esto está impresionante”, “Toño, seguimos corriendo después de 3 días”, “vivir esto es muy impresionante”. También mandé mensajes de voz diciendo lo mismo. Es que sí estaba muy impresionante la cosa.
La distancia entre Housewife y Sierra at Tahoe, la siguiente estación para dormir era de apenas 11 kilómetros pero se hizo muy largo el trayecto por mis constantes paradas ( o sentadas) a dormir aunque fueran 5 minutos en una piedra sostenida por mis bastones. Toño muy paciente me contaba el tiempo para despertarme y seguir. Yo solo pensaba en avanzar como fuera y hacia mucho esfuerzo para no desesperarme, sin duda la compañía de Toño me ayudó muchísimo a seguir. Además caí en cuenta que el tiempo me estaba ganando, los momentos de descanso se alargaban y el efecto de los analgésicos se acortaba. Hacía mis cuentas compulsivamente de cuántos kilómetros faltaban, a qué velocidad tenía que ir y cuánto le tenía que ganar al tiempo para poder descansar. Si ya había llegado hasta ahí, no había opción para no terminar y mucho menos para que me cortaran antes de llegar. No solo tenía que avanzar sino avanzar un poquito más rápido.
Decidí dormir una hora llegando a Sierra at Tahoe, solamente que no había caído en cuenta que de ahí tendría que continuar sola. En la estación encontré a Paulina que llevaba más de 6 horas esperándonos y a Gabriela Martínez una paisana que unos meses antes había corrido Badwater, uno de los ultramaratones más difíciles del mundo. Nos recibieron las dos. Gabriela me dio un masaje y ahí mismo me dormí una hora. Al despertar me insistió en que me curaran los pies una vez más. Comí sopa y avena, y salí junto con Toño para despedirme. Me acompañó a la intersección con el camino, nos dimos un abrazo y me puse a chillar de agradecimiento, me conmovía (y me conmueve) muchísimo toda la experiencia compartida. 3:15 am y 100 kilómetros por recorrer hasta la meta. Tampoco vería a Paulina, sino hasta 60 kilómetros después, eso me dio ñañaras pero mejor ni pensar. Avanzar.
Corrí bien hasta que amaneció, que parece que se me metió una sombra maligna del sueño, el camino era una carretera en subida eterna. Yo caminé en zigzag midiendo la zanja a ver si cabía para echarme una siesta y que no me pasara un coche encima. Además, cuando quise hablarle a Cinthia, mi celular no tenía señal. NO TENÍA SEÑAL. Así que mejor puse música y no sé cómo le hice pero no me dormí. Hasta que llegué a la meseta de la colina y entré al parque donde estaría el otro abastecimiento. Corría y caminaba, corría y caminaba. Estaba evaluando cuanta piedra en mi camino para acostarme con los pies un poquito en alto, sentía que las ampollas me estaban haciendo ebullición adentro del zapato. Encontré una tamaño matrimonial y me acosté. 15 minutos, suficientes para retomar la energía y llegar a Wrights Lake. Me lavé los pies, comí, me tomé medio litro de refresco y salí. Seguía sin señal, pero ya solo me faltaban 70 kilómetros, solamente que entre la dormida en la piedra y mi estancia entre risa y risa en el abastecimiento ya había perdido una hora que tenía que recuperar como fuera.
Por lo menos ya no tenía sueño, solo me dolían mucho los pies. Muchísimo.
A medio camino hice una pausa. Me senté en una piedra, saqué un ibuprofeno, un gel con cafeína y mucha buena voluntad. Pensé que mi mente me estaba protegiendo del dolor, no solo del momento sino de lo que venía, faltaban al menos 20 horas sobre mis pies. Darle tanto espacio a eso me estaba retrasando mucho.
Ese era el punto de quiebra, toda la carrera se iba a definir en ese mismo instante. ¿Iba a dejar que mi mente gobernara? Todxs tenemos un animal que acallamos, “controlamos” pero que muchas veces nos impide vivir y arriesgar. Ese mismo animal me estaba pidiendo salir, liberarse. Lo que mejor acallé fue mi mente, la ignoré y abracé al dolor. Comencé a correr como en ningún otro momento de la carrera, como si volara. Mis pies se levantaban solos, las alucinaciones se aparecían, pero yo seguía corriendo ganándole al atardecer. Corrí tan rápido que recuperé la hora que había perdido en el abasto anterior. No quería ninguna protección de la mente ni de nada, solo avanzar. Merecía terminar la carrera.
Llegué a Tell´s Creek, con un bastón roto y en mis confusiones pensé que ahí iba a estar Paulina, me urgía verla para contarle lo que estaba viviendo. Ese abastecimiento no era para el crew, solo para corredorxs. Me recibió Bill, que había tenido que abandonar la carrera pero se puso de voluntario (increíble persona), me cocinó una hamburguesa enorme misma que me duró 3 minutos y medio. Otro de los voluntarios me arregló el bastón y de nuevo salí, sin tanta energía pero constante.
Paso a paso, sin parar hasta llegar a Loon Lake, ahí dormiría 20 minutos a como diera lugar. Paulina me estaba esperando, no había cómo avisarle de los tiempos ni nada, seguía sin señal. Cuando la vi vestida para correr me alivianó muchísimo, no sabía que me iba a acompañar el último tramo, lo había decidido ella con Toño desde antes, pero ni cómo avisarme. Faltaban 40 kilómetros aproximadamente, solo un maratón.
Salimos del abastecimiento, yo creo que de las otras noches esta era la más fría, yo seguía en shorts y ya no tendría oportunidad de cambiarme o ponerme una chamarra más gruesa.
Jamás imaginé lo que venía. Si bien es cierto que la carrera tenía mucha subida, esta última parte además de ser subida eran piedras enormes empanizadas de arena blanca que reflejaba la luz de la lámpara, así que no veíamos nada. Para colmo se me rompió el bastón nuevamente y me daba algo de inseguridad usar solo uno así que mejor no usé nada. Cada paso se convertía en un volado, o me resbalaba, o caía entre piedras y el avance era lentíiiiiiiiiisimo. Rubicon Trail, pero para mí más bien era El camino al infierno pero con frío. Paulina me ayudó mucho para no desesperarme porque estaba a punto de perder el control al no ver algunas señalizaciones, y los pies se me acabaron en ese tramo y faltaba el último cacho hacia la meta.
Amaneció y el ánimo y el clima mejoraron un poco. Un voluntario me dio un masaje de pies glorioso en el último abastecimiento y salimos hacia la meta. Lenta. Iba muy lenta, pero sabía que había alcanzado mi objetivo, 11 kilómetros entre la meta y yo. Y bueno, esos 11 kilómetros me fui quejando amargamente del dolor de pies hasta que me di cuenta que ya no podía ir lenta porque me había comido el colchón de tiempo y no iba a llegar. Retomé el paso constante.
En realidad no quería que terminara la experiencia pero ya no podía estar más tiempo de pie. De pronto dimos la vuelta a la derecha y se empezó a ver el arco de la meta. No lo podía creer, sentía que estaba llegando de viaje, de un viaje muy largo a lugares desconocidos, alucinantes (literal y figurado). Completé el objetivo. Sentí muchísimo orgullo y alegría. Una sensación entre incredulidad y certeza. Había comprobado mi hipótesis. Es posible alcanzar metas aparentemente imposibles, con trabajo y constancia desde luego, pero también con un ingrediente fundamental, la convicción de merecer vivir algo tan especial.
Esta carrera representa una experiencia de vida y sobre todo muchísimo aprendizaje y fue tan especial, no por haber corrido tanto, sino por haberla compartido con mis amigxs Paulina y Toño, y en especial Cinthia y todxs los Guts que me acompañaron en el camino a creer en mí.